Son las 9:00 de la mañana.

Abro los ojos y con miedo, miro el móvil. Más de 100 notificaciones entre Twitter, Instagram y WhatsApp.

Me incorporo y me voy hacia la cocina con el pelo alborotado, los ojos aún medio cerrados y me digo a mi misma «¿Cuándo va a terminar esto?».

Mientras pongo la cafetera (hoy no tengo ganas ni de decir mi famosos «Buenos días ¿café?») abro Twitter… alguien se mete conmigo. Sin terminar de leer el mensaje le doy a bloquear y lo cierro.

Abro WhatsApp deseando, por una vez, que sean mensajes de trabajo.

Un amigo me dice «Acabo de ver lo de tu cartel… te has hecho viral. Enhorabuena».

Contesto en una nota de voz sabiendo que no será la respuesta que espera: «Estoy saturada… no puedo más. Lo del cartel se ha transformado en una pesadilla. No es fácil de entender, pero te cuento la historia.»

Me tomo el café y me doy cuenta que estoy contándole a todo el mundo lo mismo, así que decido abrir mi blog y ponerme a escribir…

Supongo que conocéis la historia.

Hace tres días recibo un WhatssApp de mi amiga Belén con un cartel en inglés de una madre que teletrabaja.

madre cartel teletrabajo viral

Me siento tan identificada que, como todos hacemos cientos de veces cuando vemos por ejemplo, una manualidad en Pinterest, decido hacerme uno para mis hijos adaptando algunas respuestas.

Mientras espero a que empiece la reunión decido subir la foto a Twitter e Instagram, como tantas veces y me olvido por completo.

Al finalizar la reunión, me asusto al ver las notificaciones. «¿Qué ha pasado?», pienso. Y me encuentro con que el cartel de mi puerta ha tenido mucha repercusión.

cartel susans garcia viral

Sonrío. Tiene gracia.  Los numeritos de los likes van super deprisa, nunca me había pasado.

Gente que se ríe, que me pregunta si puede copiarlo… «¡Claro!», contesto como tantas veces que me lo dicen con una frase que comparto, «Si yo lo copie de uno en inglés que me llegó esta mañana».

Sigo con mi trabajo. Silencio el móvil. No puedo evitar mirar de reojo 120 notificaciones, 200… qué locura.

Más de un millón de impresiones en Twitter. «Lo acaba de mencionar Carlos Herrera en su programa», «Acabo de ver tu cartel en Espejo Público», «Paula Echevarría comparte el cartel de su amiga Susana», dice ELLE, «¿Podemos sacarlo en SER PADRES?… Tres millones de visualizaciones en Twitter.

twitter-viral

Así, intentando concentrarme en el trabajo, y  atónita cada vez que leo estas cosas transcurren las horas.

Solo quien me conoce bien sabe que la que os escribe, además de no buscar ninguna difusión (más allá de la de todos los días, y por ello el cartel no lleva ni mi nombre, ni el de mi blog ni pongo un solo hashtag…), no me siento cómoda con esto.

Lo he contado cientos de veces, y tal y cómo leí en aquel artículo de El Mundo, donde se hablaba de por qué a algunas personas no nos gusta destacar, no me siento cómoda a partir de cierto nivel de exposición o reconocimiento.

Consciente de que esto es una simple casualidad, no tienen ningún mérito por mi parte (porque ha sido accidental) y con el sentido común que me da la edad y el llevar más de 10 años en esto, intento seguir con mi día.

De repente, sin saber cómo ni por qué, empiezo a ver el lado malo de las redes sociales. Los haters.

En 10 años, con 50.000 seguidores en FB, 12.000 en Instagram y 14.000 en Twitter, jamás había entendido ese concepto, ni por qué a veces me preguntaban por el agobio de las redes sociales…

«Las redes sociales a mi me dan solo cosas buenas. Son amables, y suelo transmitir buen rollo y cosas positivas», le decía a la locutora de la radio de Murcia donde entraba en directo esta mañana. «Por eso me sorprende y me afecta tanto ver qué de repente alguien se meta conmigo».

«Pero ¿qué pueden ver de malo en esto, para criticarte?», me pregunta la locutora atónita.

Aunque desde el minuto uno dije que me había llegado ese cartel en inglés y esta era mi adaptación, hubo personas que había compartido antes la versión inglesa. Con la mala suerte de que uno de ellos era alguien con cierto nivel de seguidores (al que por cierto he dejado de seguir al observar atónita cómo guardó silencio ante todo esto…)  y al que «mis queridos haters» debían de querer «hacerle la corte», a la vez que buscaban su propio minuto de gloria.

 

Cuando se cansan de decirme que ese cartel ya existía en inglés y ante la evidencia de que mostrara una captura donde lo digo desde el primer momento, comienzan a buscar nuevas formas de acusarme de algo: «Ese tweet está copiado», me dicen. Deberías haber nombrado a «(no voy a mencionarlo, porque les estaría haciendo una favor)».

madre cartel teletrabajo viral

«Pero… si yo no lo he visto en su perfil, me llega por WhatssApp» (y adjunto hasta capturas de las horas del tweet y del mensaje de mi amiga), como si de una principiante se tratara, intentando justificarme donde no debo… ¿Copiar un tweet? ¿Si subes un meme, estás copiando a los miles de tweets que lo han subido antes? Y con la diferencia, además de que esta foto es mía… «Están locos», pienso mientras miro el cartel de mi puerta y me doy cuenta de la ridiculez de todo esto…

Me doy cuenta de que da lo mismo. Buscan interacción y no se la voy a dar.

Pero entonces empiezan a mencionar escuelas donde doy clases de redes sociales y a decir que debería ser más rigurosa aunque sea por mis alumnos. Y a eso sí tengo que contestar.

haters-redes-sociales-twitter

Y entonces es cuando me doy cuenta de que «esta gente» cuando se queda sin argumentos, comienza a borrar tweets.

Contesto intentando zanjar el tema.

Por la noche, vuelve a empezar todo. Malas madres comparte mi cartel (mi versión) y les digo que es mío. Inmedatamente lo editan y me felicitan por ello, con la elegancia que tienen quienes no tienen complejos, ni buscan nada raro.. (gracias Laura), pero los comentarios se llenan de palabras por parte de personas que no conozco… «Si no dices que es tuyo revientas», dice una… «¿Perdona?» le pregunto antes de darle a bloquear.

«Ese cartel no es tuyo. Tú sólo lo has traducido»… de verdad que hay personas que dedican su tiempo a meterse con otras que no conocen… pero, pero, si eso ya lo he dicho yo, desde el minuto uno…. no soy capaz de entender todo esto.

De repente me sorprendo pidiendo perdón de nuevo y dando explicaciones. Me rindo.

«Voy a poner la lavadora y a seguir currando», me digo, mientras me doy cuenta de que soy demasiado sensible para llevar bien todo esto y me afecta más de lo que me gustaría. «Ojalá no vuelva a publicar nada que se haga viral… no me compensa» le digo a una amiga.


Pero más allá de lo que parece una pelea de patio de colegio para la que, me vais a perdonar, no tengo edad ni tiempo, mi reflexión es otra.

¿En qué momento aparecen personas con la superioridad moral de acusarte, de meterse en tu vida, y de hacerte daño? Porque son tonterías, lo sé de sobra y afortunadamente en un par de días nadie se acordará del cartel… pero ¿por qué tenemos que asumir, pedir perdón o conceder permiso a alguien para que hable de nosotros?

Es como si alguien fuera por la calle y al pasar a tu lado te increpara «esa camiseta que llevas no me gusta», o «ese moño que llevas lo has sacado de un tutorial de YouTube y deberías de decírselo a todo el mundo».

Me doy cuanta de que, efectivamente no me gusta destacar. No me siento cómoda siendo el foco de atención.

Imagino que mis compañeros de facultad sonreirán al leerlo, sabiendo que me sentaba en la última fila de la clase.

Que mis amigas también porque saben que el vestir siempre de negro tiene mucho que ver con no destacar demasiado.

Que mi amiga Eli se llevará las manos a la cabeza porque sabe, como pocas, lo que esto supone para mi y mi timidez.

Que mi amiga Rebeca sabrá cómo me siento y cómo volveré a meterme en mi caparazón estos días…

¿Y por qué lo escribo aquí?

Primero porque este blog, siempre ha sido un diario y la sección de «Reflexiones de una maá 2.0» mi diván donde trato de analizar las cosas.

Segundo porque poniendo este enlace me ahorro cientos de notas de voz explicando cómo me siento.

Y tercero porque espero que a alguien le haga reflexionar sobre ello.

A cualquiera que se crea en posesión de la verdad, o con el permiso de decir las cosas que piensa sin conocer a la persona o imaginar el daño que puede hacer. En varios casos esas personas habían publicado fotos y vídeos sin mencionar al autor y al decírselo, han restringido sus tweets o bloqueado su cuenta… puede que les haya hecho darse cuenta de que nadie puede señalar con el dedo, acusar sin motivo,… e incluso ver que ellos han hecho lo mismo (o peor) un día antes.

Pero sobre todo, porque por una vez (y espero que sea la última, creedme) me he puesto en la piel de personas que sufren esto a diario, y me ha hecho darme cuenta de lo que puede llegar a suponer.

Afortunadamente lo mio durará un par de días y será una simple anécdota que contar en mis cursos de redes sociales. Afortunadamente.

Abro de nuevo mis redes sociales.

«Tienes que hacer otra versión con dibujos para niños que no saben leer», «Escribe un post en Linkedin sobre cómo generar contenido viral», «ponte ese tweet fijado para que la gente vea tus likes», «haz más versiones con nuevas respuestas»,….

«Que lo haga otro», contesto, «yo tengo que poner la lavadora».

Silencio el móvil.

3 Comments

  • El deporte favorito de las y los amargados.
    Nunca entenderé porque la gente disfruta haciendo daño a otras.
    Esto solo es condición de los seres humanos.
    Siento por lo que has pasado.
    A mi me encanta leerte. No pierdas más tiempo con quien no lo merece.
    Um abrazo

  • Vaya, yo que me alegré tanto por tí, no imaginaba todo el resto….
    Fue algo más que traducir, lo «españolizaste» 😉
    Bueno, por mi parte te sigo dando la enhorabuena y me pareces un ejemplo a seguir.
    Un abrazo, y mucho ánimo, SuperSu y SuperCurranta!

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