«El último que apague la luz»… no recuerdo cuantas veces mi padre me repitió aquella frase bromeando para quitarle hierro a las portadas de la prensa del día.
«Terra entra en suspensión de pagos», «El fin de Terra», «El gigante de Internet a punto de desaparecer»… de ese calibre eran los titulares que veías de reojo cada mañana en la prensa económica.
En el departamento de HTML bromeábamos diciendo que éramos como los músicos del Titanic. Teníamos que seguir tocando aunque el barco se hundiera. La música no podía parar.
Vivimos muchos meses al borde del precipicio. Todo eran rumores, todo eran mensajes contradictorios… pero teníamos la tranquilidad de tener al mejor piloto llevando los mandos de la nave: Jaime Yraolagoitia.
Mi aventura allí había comenzado muchos años antes, el 15 de noviembre del año 2000.
Yo trabajaba en Hewlett Packard cuando oí por primera vez la palabra «internet». Años antes, en la facultad, me había despertado curiosidad y había logrado entrar en la red, sin saber aún muy bien para qué servía. En el departamento de marketing de HP, donde yo trabajaba, necesitaban a alguien que hiciera tres webs para una demo en el SIMO y me ofrecí voluntaria.
Había estudiado HTML con un libro amarillo de bolsillo que costaba 100 pesetas, durante los trayectos al trabajo en el autobús. Después pasaría fines de semana metida en una academia aprendiendo a hacer páginas web mientras renunciaba a salir muchos días con mis amigos. Pero aquello me fascinaba, así que no me importaba. Ya tenía claro que quería dedicarme profesionalmente a eso que llamaban «Internet».
En aquel entonces se mandaban los curriculums por correo postal. Así que decidí enviar uno cada semana a la empresa de mis sueños: Terra Networks. Aunque fuera por pesada, creía que me llamarían. Y así fue.
Y aquel 15 de noviembre, mientras vivía uno de los momentos más tristes de mi vida, sonó el teléfono: «Hola. Te llamo de Terra. Queremos hacer una propuesta».
Allí me entrevistó Rocío, la que sería mi amiga y mi jefa durante mucho tiempo, y pocos días después entré a formar parte del departamento de ISP (Internet Services Provider). Mi trabajo consistía en maquetar las páginas y procesos para darse de alta en el ADSL, la famosa Tarifa Plana, el correo o disco duro virtual (que en aquel entonces aún no se llamaba «la nube»).
Maquetábamos para Internet Explorer y Netscape, y pensando en usuarios que no tenía apenas velocidad de transferencia, por lo que cada pixel, cada kb, era casi una obsesión.
Imaginad lo que supuso para mi trabajar codo a codo con lo que, en aquel entonces (y durante mucho tiempo) fue el dream team de internet. Estaba en el sitio donde molaba estar, en la empresa en la que todos querían trabajar y, aunque entonces aún no lo sabía, trabajando con los mejores profesionales del sector que años más tarde dirigirían empresas como Google.
Fueron muchas las cosas que allí viví. Cada día, cada hora suponía un reto.
En el departamento de HTML convertíamos los diseños que recibíamos en psd, en código. Tenía la sensación de aprender cada día, de enfrentarme a retos que parecían imposibles y que al final de la jornada habíamos conseguido maquetar.
Además de Rocío, conocí a una de las mejores personas que he conocido en mi vida, Estela. Gracias a ellas aprendí muchas más cosas que HTML y JavaScript. Aprendí a disfrutar en el trabajo, a reir, a superarnos…
Los recuerdos son tantos que, aunque hoy 30 de junio, se agolpan en mi cabeza, sería imposible contar aquí todos.
Me viene a la mente aquella noche de los Oscar, maquetando en directo la gala con Natalia, el día que Bunbury pidió un bourbon en una entrevista y el dueño del bar irlandés de al lado, casi se mata por llevárselo, el día que Atala me dijo que se iba a entrevistar a George Clooney (como te odié aquel día, amiga), el día que Enrique Dans nos explicó lo que era un blog y por qué deberíamos tener uno, la llegada de Google, las primeras invitaciones para tener una cuenta en Gmail, la llegada de Facebook… aquel 11 de septiembre en el que Miguel me vino a decir que acababa de pasar algo en una de las Torres Gemelas y fuimos corriendo a verlo en la tele que había en la zona de redacción… aquella mañana en la que, al llegar al trabajo, recibimos noticias tristísimas de unos trenes en Atocha y vivimos uno de los días más duros de nuestras vidas, las fumatas blancas, la llegada de Mundo ADSL, los cambios de logo, la irrupción de la música en streaming, el primer partido de fútbol online, y aquellas tardes en las que teníamos que terminar nuestro trabajo antes de las 18 horas, porque media España se conectaba a internet y disminuía la velocidad.
Hoy 30 de junio a las 23:59 desaparece Terra.
Hace 10 años que, después de pasar a forma parte de Telefónica, nos ofrecieron unas bajas voluntarias con unas condiciones tan buenas que todos bajamos como locos al departamento de recursos humanos para irnos.
En este tiempo casi no he pasado por el portal y, aunque mantengo contacto con muchísimos de los amigos que allí hice, hoy estoy triste. No sé que parte de lo que yo hice durante esos años se conserva… pero no puedo evitar pesar que todos los que hicimos Terra, decimos hoy adiós a una parte de nosotros.
Esta mañana entre en el portal al que tantas horas dediqué y, llamadme nostálgica, friki, o todo a la vez, pero me he guardado de recuerdo el código fuente de la portada. Puede que si hubiera desaparecido poco a poco, o sin previo aviso, no me hubiera dado tanta pena, pero eso de poner una hora, lo ha dramatizado un poco.
Y a estas horas, minutos antes de su desaparición, no puedo evitar recordar aquellas palabras de mi padre y pensar que hoy, a las 23:59, de verdad se apaga esa luz.
Los que pasamos por allí seguiremos en contacto (con muchos de ellos hablo casi a diario), pero esa marca, ese portal de internet al que tantas horas dedicamos, en tan solo unos minutos dejará de existir.
Solo queda decir: Gracias Terra. Gracias por tanto.