Aun no me puedo creer que estén durmiendo.
Y es que, hace ya más de dos años que en esta familia la palabra «siesta» pasó al diccionario de las palabras olvidadas.
Todo empezó cuando en el cole decidieron que con 4 años ya eran mayores para no dormir siesta.
A eso se unió la locura de ser dos hermanos muy seguidos lo que provocaba que si uno de los dos tenía sueño, el otro se encargaba de garantizar la diversión suficiente como para convencerle de que no durmiera, y así, la que os escribe se sumergiera en una espiral de sueño, bostezos y cansancio que no parecen no tener fin.
Mientras les veo con esa cara angelical en su primera siesta del año, reflexiono sobre qué ha pasado hoy para que mis angelitos (sí, sí, ahora que duermen son auténticos angelitos) me den este respiro.
El estar pasando unos días en la playa ayuda, está claro.
Estar cerca del mar baja la tensión y favorece la siesta, pero eso no me vale como consejo porque en un par de días, la carroza se convertirá en calabaza y volveremos a Madrid.
El madrugón matutino tampoco. Sobre todo el mayor de 6 años, es capaz de levantarse a las 7 de la mañana y seguir transformado en súper héroe a las 11 de la noche.
Lo que creo que ha pasado es que han estado todo el día al aire libre, jugando corriendo, han saltado, gritado, luchado contra dinosaurios y luchando contra un ejército de Skylandres…
Pero además, después de comer, les hemos subido a la habitación sin que pareciera existir otra alternativa y poco a poco les ha entrado el sueño.
Quizá haya ayudado también no tener un dispositivo que empiece por «i» (iPad, iPhone, …) disponible.
En fin, contado así parece tan sencillo que me extraña haber sido tan torpe en los últimos años como para que no hayan caído rendidos en los brazos de Morfeo todos los días… Lo malo es que la realidad me dará la razón y al volver a la normalidad, volverán a no dormir siesta… Y yo a estar agotada.
Fotos vía Free digital Photos Feelart–
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