Le tomo prestado a Félix José Casillas el enunciado de su tweet de esta misma mañana.
Precisamente hoy despertaba leyendo a alguien que se reía irónicamente de todos aquellos que intentaban sacar el lado positivo y amable de todo esto al principio del cofinamiento y preguntaba, entre risas, qué cómo lo llevaban.
Ambas cosas se «mezclaron» en mi cabeza inmediatamente, haciéndome reflexionar sobre, precisamente eso: «los héroes… del silencio«.
«Héroes». En las últimas semanas, hemos utilizado tanto esa palabra que hemos conseguido quitarle casi el sentido.
Sabéis que no me gusta, como ya conté en otro post, «celebrar la mediocridad» como decía Mr. Increíble. Ni convertir «lo normal» en «extraordinario».
No soy partidaria de dar medallas a todos los que participen en algo, ni de los premios de consolación a todos «para que no se sientan excluidos». Soy de las que defiende que el que llega primero a meta o hace mejores tiempos, es mejor corredor, y que aunque los que sacamos tiempo de debajo de las piedras, entrenamos después de jornadas de trabajo maratonianas y poner dos lavadoras, tengamos mucho muchísimo mérito, ello no nos convierte en mejores corredores.
En definitiva, creo que cada cosa tiene su mérito pero también que hay que llamar a las cosas por su nombre.
Y en estos tiempos raros que vivimos en los que todos hacemos verdaderos malabarismos físicos y mentales para sacar lo mejor de nosotros, para superar lo insuperable, para despedir sin abrazar, para no perder el norte, estamos haciendo cosas maravillosas, pero ello no las convierte en «heroicidades» de forma automática.
Ni quedarse en casa es una heroicidad, ni trabajar en casa con niños es un drama.
Hay gente mayor sola, personas que pierden a sus seres queridos y no pueden despedirlos, trabajadores en hospitales, ambulancias, farmacias, supermercados… arriesgando su vida para que todos podamos seguir. Mujeres encerradas con su maltratador, personas que luchan con enfermedades crónicas y/o mentales. Voluntarios. Ellos sí son héroes.
Personalmente, me supondría un grandísimo esfuerzo, sobre todo mental, tener que salir a trabajar a primera linea. Pensar cada noche que puedo haberme contagiado y, lo que es más duro, poner en peligro a mis seres queridos. Pero… ¿quedarme en casa 2 meses? Si, sí… es duro. Durísimo. Pero nadie muere por ello.
Unos estamos más preparados y otros están haciendo verdaderos esfuerzos por estarlo. Ayer mismo les decía a mis padres lo orgullosa que estoy de que hayan asumido tan pronto que hay que quedarse en casa y estén siendo capaces de mantener la cabeza y el ánimo en su sitio, e incluso caminar por casa y hacer hasta 4 kilómetros al día para cuidar su salud. Pero no estamos haciendo heroicidades. Estamos haciendo lo que debemos.
Y es que creo, que para tener éxito, para superar todo esto, como reza esa frase que tanto repito en mi cuenta de Instagram: «No hace falta hacer cosas extraordinarias. Hace falta hacer cosas ordinarias, pero extraordinariamente bien».
Y es aquí donde viene a colación el título de este post.
Cualquiera que abra Twitter o cualquier red social estos días, está recibiendo cientos de impactos negativos, de quejas, de «irritantes toquecitos en el hombro», de barbaridades a las que resulta muy difícil no contestar.
Son tantos los temas de los que formamos una primera opinión, a veces precipitada, que parar, que guardar silencio, puede ser también, si no una heroicidad, una señal de saber estar a la altura.
La paciencia, la madurez de saber que no todo necesita o merece una respuesta por tu parte, son valores en alza en estos días.
Saber callar cuando crees que tus argumentos son irreprochables, saber no contestar cuando algo te ofende, saber leer desde la distancia y aguantar las ganas de opinar, de dar consejos, de rebatir una opinión o de demostrar que tú estás en lo correcto, también es algo que por desgracia, estos días se convierte en extraordinario.
Decía el filósofo Xavier Antich, que «es más difícil saber callar que saber hablar. Sobre todo porque el callar presupone el hablar. También, porque, a hablar, se aprende, mientras que, a callar, nadie nos enseña y hay que ir aprendiendo sobre la marcha […]. Aprender a callar exige una cierta disciplina del espíritu, basada en la contención de la locuacidad natural, en la búsqueda de la palabra justa. «.
Así que mi aplauso de hoy también va para los que, teniendo mucho que decir, saben guardar silencio.
Para todos los «héroes»… los «héroes» del silencio.