Llevo más de 10 años trabajando en internet.
Ello no me hace mejor o peor persona, pero despierta en mí la necesidad de probar cualquier novedad tecnológica y ello, a veces, supone hacer el ridículo de forma espantosa.

Como cualquier madre con niños de 3 y 4 años,  estaba deseando que llegara el día del estreno de Los Pitufos.
El verano es muy largo y entretener a dos niños tan pequeños puede ser tan duro, que la sola idea de hacer algo distinto se presente ante ti como el mejor día del verano.

Estábamos de vacaciones en un pueblo de Galicia donde además de un supermercado, una farmacia y un par de bares, no había nada más.
Así que el primer día que los nubarrones (tan presentes este verano) nos impidieron ir a la playa, decidimos coger el coche y acercarnos al centro comercial más cercano, que en este caso era a 20 km.

Tengo la suerte de que a mis niños les guste el cine desde pequeños pero con 3 y 4 años tampoco me hago ilusiones de que la película transcurra sin varias visitas al baño.
Después de la experiencia con Cars 2, donde hicimos levantarse a toda la fila  varias veces mientras la pequeña gritaba «tengo pis, tengo pis…», decidí no volver a arriesgarme y comprar las entradas por internet.
De esta forma me ahorraba los interminables minutos haciendo cola para comprar las entradas y además, podía elegir unos asientos donde no molestábamos y podíamos visitar los baños con relativa calma.

Como soy una mamá 2.0, hice todo el proceso desde mi iPhone.
Reservé los asientos en una web de venta de entradas y elegí la opción de recoger en el recinto.

Como ya os he dicho, habíamos estado viendo Cars 2, así que ya sabía que además de la taquilla, existía un terminal de recogida de entradas justo al lado de la tienda de golosinas.

Después de un viaje en coche canturreando las canciones de Rosa León, versionadas por los Cantajuegos (sí, mejor no digáis nada…), llegamos al centro comercial.

Pasé delante de las personas que esperaban la eterna cola para comprar sus entradas con cierto aire de «soy la más lista del mundo mundial» y me encaminé al terminal de recogida de entradas.

Con un ojo allí y otro vigilando a los niños y sus nervios pre-cine, metí el larguísimo localizador varias veces mientras me aparecía un mensaje en la pantalla de «Error».
Yo miraba la cola del cine, cada vez más larga… y la película a punto de empezar.

De repente, recordé que al comprar las entradas, había una opción de «llevar las entradas en el móvil» o algo así.
Y así lo hice. Me aparecieron las entradas en mi iPhone.

Esperamos la cola para entrar y mientras todos los padres normales llevaban sus entradas impresas, yo estaba allí con el iPhone iluminado y cara de póker.

La verdad es que no sabía si aquel método sería válido en aquel pueblo gallego, y la cola del cine era cada vez más larga así que cualquier negativa del chico que «rompe» las entradas y te indica la sala, iba a suponer un verdadero problema…

Sudores y retortijones… así estaba yo.
Deseando ser un madre normal de esas que no saben manejar internet pero estaban, eso sí, mucho más tranquilas que yo,…

Por fín se abre la puerta y entramos todos .
Los padres entregaban sus papelitos y servidora se sentía cada vez más ridícula con su iPhone en la mano…
Mi turno. El chico me mira con cara rara, mira el teléfono y después, con cara de no saber muy bien qué hacer, apunta con un boli mis asientos y me dice con voz amable: «Sala 2».

Me sentí ridícula la verdad. Pero muy dignamente me encaminé hacia la sala 2, prometiéndome a mi misma que jamás volvería a probar ideas tan novedosas y arriesgarme a que mis dos fieras se queden sin película por culpa de los experimentos tecnológicos de su mamá.

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