6 am.
Suena el despertador.
Salto de la cama.
Me muero de sueño.
Me siento cinco minutos a ver si consigo abrir los ojos.
Me preparo el café mientras me doy una ducha rápida.
Me pongo las zapatillas.
Me visto.
Compruebo qué móvil, auriculares y reloj tienen batería.
“Buenos días, mami”. Las palabras más dulces del mundo.
Me siento con él. Le preparo el desayuno y nos quedamos a charlar un ratito.
Mientras tanto, aprovecho para poner una lavadora.
Me tomo el café y de repente me invade la pereza. O las ganas de quedarme allí charlando con él.
“No sé que hacer”, le digo.
“Hoy no va a hacer demasiado calor. Puedo salir a correr más tarde.”.
Entre los dos decidimos que es la mejor opción.
Saco la ropa de la lavadora.
La tiendo.
Cojo el móvil y subo una foto a instagram.
Enciendo el ordenador.
Empiezo a trabajar.
Aparece la chiquitina con los ojos cerrados, y el peluche de Pluto bajo el brazo.
Le preparo el desayuno.
Hago las camas.
Doy de comer al pez.
Sigo trabajando.
Miro el reloj.
Se me ha ido “el santo al cielo”.
Es muy tarde.
Va a empezar a hacer calor.
Salgo a correr.
Los tres primeros kilómetros me cuestan la vida.
Son cuesta arriba. Pero me he prometido a mi misma, intentar cumplir con todos los entrenamientos que pueda.
Busco nuevas rutas con más cuestas pero a cambio, más zonas con sombra.
9 kms. Lo he logrado.
Entro en casa. “¿Qué tal ha ido, mami?”, me pregunta la chiquitina.
“9… 9 kilómetros”.
“Eres la mejor”, contesta ella.
No hay mejor recovery que ese.
“¿Estiramos juntas?”.
En su iPod suena “Qué bonita la vida” de Dani Martín.
“Qué bonita la vida. Qué bonita”, susurro mientras preparo zumo para todos. 😊😊😊