5 de la mañana. Mi nariz decide que no va a pasar por allí ni un hilito de aire y la tos (que intento evitar para no despertar al padre de las criaturas) no me deja dormir.

Me incorporo. Lo siguiente ya es dormir sentada y nada, no hay manera.

Yo, que intento recurrir a los remedios naturales y evitar si es posible, las medicinas, me arrastro desesperadamente hasta las mesita de noche a coger el corticoide más fuerte que encuentre que me permita respirar… ¡sólo quiero respirar!

El mayor, que padece una especie de insomnio infantil, me oye y me pregunta que si ya es de día.

– No, cariño. vuelve a la cama – le digo

– Valeee… pero ¿me lees un cuento?

No sé si ponerme firme y decirle que se deje de tonterías, o contarle el cuento aprovechando que estoy desvelada para que se duerma cuanto antes.

Leemos con una linterna en voz muy bajita, que solo me faltaba que la princesita se uniera a la fiesta…

En menos de un minuto cae rendido y yo, que acabo de gastar el poco aire que me quedaba intento volver a la cama.

Cojo el móvil, no hay correos, no hay apenas tuits… ponerme a leer ya me parece demasiado. De repente (os juro que no es broma) recuerdo que ayer olvidé sacar la ropa de la lavadora… buff… decido olvidarlo y no puedo. Así que me levanto y saco la ropa de la lavadora. Espero que nadie me vea, porque creo que me «encierran».

Vuelvo a la cama. Por fin me duermo.

7 de la mañana. Los niños vienen a contarme que Buzz Lightyear ha aterrizado en la cuna de Nenuco y le ha hecho daño.

Consciente de que no tengo otra opción, me levanto y voy a preparar el desayuno. tengo escalofríos pero al menos de pie puedo respirar.

Desayunos, quitar el lavaplatos, ponerlo de nuevo, pensar la comida, ducharles, vestirles… me encuentro fatal.

Pero creo que hoy no puedo ponerme enferma… no al menos hasta que crezcan y sean capaces de preparame un caldito y comprender que mamá, super mamá, también se puede poner malita…

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