Voy en el coche camino de una reunión importantísima.

Como no tengo muy claro cómo llegar, y además me confieso algo torpe con esto de la orientación por Madrid, inicio navegación en Google Maps, pese a que ello suponga interrumpir de vez en cuando a Dani Martín que me alegra la mañana en  Spotify

Durante el trayecto, recibo cinco llamadas. ¡¡Cinco!! Un mensajero que quiere saber si estoy en casa para entregarme un paquete, dos agencias preguntando si voy a su evento mañana, una marca que quiere confirmar la dirección para hacerme un envío y el neumólogo del mayor que me tiene que cambiar la cita por algún motivo que no escuché mientras evitaba que un autobús no me rozara una de las puertas del coche en Alonso Martínez…

Mierda. Me he perdido. No he escuchado las indicaciones de Google Maps y ahora me he perdido.

Comienzo a ponerme nerviosa por no llegar a la reunión. Yo que había madrugado para salir con tiempo… No pasa nada. Paro en cuanto pueda y le echo un vistazo al mapa.

Cuando consigo parar, echo un vistazo a la pantalla del iPhone.

48 whatsapps???? Madre mía… ¿Qué ha pasado? Le doy un vistazo rápido para comprobar, una vez más que no ha pasado nada grave.

Nada grave. 25 mensajes de un grupo muy activo de amigos del que no me decido a salir, 6 de una amiga que está organizando un evento y quiere saber si puedo ir,  14 de un grupo de mamás del cole que han quedado para merendar, 1 de mi madre enseñándome un vestido que le gusta en Zara para la pequeñina, 2 de mi hermana enviándome unas recetas chulísimas de ensaladas con aguacate, y varios de amigas con las que por más que lo intento, nunca consigo quedar…

Lo peor de todo- pienso yo –  es que a todos les figura el maldito doble check y me imaginan en casa leyendo su whatsapp sentada en el sillón… y luego se cabrean porque no contesto…

Mierda. He perdido tiempo y ahora llego aún más tarde a la reunión.

Veo muchos globitos en los iconos de Twitter, Instagram y Facebook, pero decido ignorarlos. Ahora la prioridad es la reunión.

Consigo reubicarme y me encamino a la reunión. Otra llamada. Es un cliente que quiere saber si leí su email y necesita una contestación urgente sobre uno de los puntos. Le digo que en cuanto pueda se lo envío…

Por fin entro en el parking bajo la atenta mirada del vigilante que alucina viendo como saco del maletero unos zapatos de tacón y dejo allí mis viejas All Star… y después me observa con cara de «rubia-tenías-que-ser» cuando ve que con las prisas, sujeto el bolso entre los dientes y saco el móvil para mirar la dirección exacta de la reunión mientras intento no matarme con los tacones subiendo por al cuesta del parking…

En el ascensor intento peinarme un poco y me pinto los labios para estar algo presentable… Silencio el móvil.

A la salida tengo 9 llamadas, dos de mi madre y el resto de números desconocidos… Respiro hondo.

Antes de arrancar el coche reviso el correo y veo caer cientos (literal) de ellos… Contesto al cliente que me había llamado antes, aviso a mi madre de que estoy reunida y luego la llamo y… de repente recibo una llamada de la enfermería del cole…

Casi necesito un desfibrilador de lo rápido que me late el corazón, pero intento mantener la calma. Tengo que ir a buscar a la pequeña que se ha dado un golpe sin importancia pero hay que levarla al hospital…

Me voy a la otra punta de la Comunidad de Madrid y de ahí a Montepríncipe, con dos niños, cuatro mochilas, dos tigretones que compré en la gasolinera, y unas ganas de gritar que no os podéis imaginar… Pero sigo sonriendo y vuelvo a poner a Dani Martin en la radio del coche….

Veo que los numeritos de los iconos de Facebook, Instagram y Twitter se multiplican… sigo respirando hondo, poniendo cara sonriente para que los niños vayan tranquilos y me voy con ellos a urgencias.

A la vuelta, caigo rendida en el sillón. No pongo la tele porque no tengo ni fuerzas para buscar el mando, y miro de reojo el móvil con cara de «tú-y-yo-nos-vamos-a-llevar-bie-verdad?«… el pobre no se atreve ni a sonar…

Cuando he cogido fuerzas, abro el correo. No soy capaz de contestar a todo. Pero que no cunda el pánico. Vamos poco a poco.

Reviso los mensajes de Twitter y leo varios en los que me preguntan por qué no he contestado a su whatsapp, a su vez varios whatssapps en los que me preguntan si he leído el correo… «Es para volverse loca» me digo a mi misma.

Me dispongo a hacer los deberes cuando me acuerdo de la cena, así que les digo que lean el alto lo que hay que hacer mientras programo la Thermomix

Por la noche escribo en mis blogs y leo con calma los mensajes de todo tipo.

«Tenemos que quedar«, me dice una amiga.

«Seguro que no tienes un ratín para quedar a comer? No me lo creo«, me dice otra.

«Jo, no contestas a mis mensajes«, dice otra… y así muchos más.

Cuando estoy a punto de contestar a todos con mi ya conocido y por más que cierto, poco creíble «Llevo un día de locos, mañana hablamos«, me quedo dormida en el sofá…

Pongo el iPhone en modo «no molestar» y cierro los ojos.

madre agotada

 

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