Cuando tuve mi primer hijo tenía un coche limpio. Qué digo limpio, era una cosa fuera de lo normal. No soportaba ver una mota de polvo y lo limpiaba casi todos los días.

Cuando nació mi primer hijo conseguí mantenerlo así. De hecho cuando lo vendí, conservaba las pegatinas originales de los anclajes de los cinturones de seguridad que ni siquiera había quitado.

Pero llegó la princesita y la convivencia de silla y carrito hizo que tuviera que despedirme de mi coche en busca de uno con un maletero mayor. Y llegó el desastre.

Podría culpar al coche, pero no. Lo que llegó fue el caos a mi vida, y mi coche sufrió las consecuencias de tener que dar meriendas, permitir la entrada de gusanitos en plena deseperación de tener a dos bebés llorando a pleno pulmón, y el consiguiente sufrimiento de su madre que veía imposible la tarea de mantener limpio el asiento trasero.
A veces, como alguien decía en Twitter hace unos días no sé si lavarlo, o asumirlo, ponerle un dorsal y decir que me voy al Dakar…

Me paso la vida buscando soluciones que permitan a los niños tomar la merienda de forma ordenada, recogida y sin que manche demasiado. Y eso, en el coche y fuera de él.

Hace unos días me han presentado Roll’Eat, una marca dedicada al diseño y fabricación de ingeniosos envases reutilizables y sostenibles para alimentos.

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Una alternativa creativa a los productos de un solo uso, y a tratar de favorecer la comodida para padres y niños.

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Podéis leer más sobre ellos y sus productos en su web.-

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