Nunca me había parado a pensar en ello.

Desde que eran muy pequeñitos, la función de Navidad es ese momento en el que, además de dar el temido pistoletazo de salida de las vacaciones escolares, te reconcilias con la vida, te invade la ternura y a las que tenemos un «extra de sensibilidad» nos arrollan las lágrimas de emoción, dando paso a ese espíritu navideño que este año, creías que no tendrías.

Me paso todo el año esperando a que llegue mi cumple, de tal forma que la Navidad siempre me pilla por sorpresa. Dos semanas exactas después de soplar las velas, estaremos en plena cena de Nochebuena… y mi condición de autónoma, madre y mujer que intenta llegar a todo, hace que no me de tiempo a reparar en ello.

Y así, un año más, aparecía de sopetón el festival de Navidad de la pequeñina en mi cabeza, sólo un día antes.

-» Perdona… ¿has dicho de hipopótamo?».

Esta fue la frase que resumía mi asombro a principios de diciembre cuando mi hija me contó de qué sería el disfraz. Consciente de que no sería algo fácil de improvisar, y con la ayuda del grupo de whatsapp de las mamás del cole (que pese a lo que se diga, tengo la suerte de que el mío sea maravilloso y muy últil) lo compramos enseguida y me llegué «literalmente» a olvidar del festival.

Por suerte o por desgracia, tengo la facilidad de que la emoción me invada desde el que veo el primer trozo de espumillón que decora el escenario, así que allí estaba, sentada intentando disimular las lágrimas (al menos hasta que le tocara a mi hija, que al menos, sería menos ridículo a ojos de cualquiera).

De repente, no sé por qué, me asaltó el pensamiento de que este año era nuestra ÚLTIMA función de Navidad.

Sin entrar en detalles del «desbordamiento» de lágrimas que acompañó a ese pensamiento, de repente me invadió la nostalgia y empezaron a desfilar por mi cabeza, todas y cada una de las funciones de Navidad…

No es la función en sí. Es la emoción con la que la preparan sobre todo en los últimos años. Es el brillo en sus ojos y la felicidad que les supone verte allí entre el público (siempre les insisto en que tienen suerte de que pueda asistir porque no todo el mundo puede y que, incluso, podría ser fácil que yo no pudiera ir por trabajo).

Llegó el momento de ver a mi pequeñina en el escenario… y ¿sabéis algo? Di gracias y más gracias de que fuera disfrazada de hipopótamo, porque de alguna forma, la vi más pequeñina, más niña, y me recordó todos los festivales, toda la ternura que desprende ese momento y que en el cole de mis niños consiguen hacer más entrañable que en ningún otro.

Allí estaba mi chiquitina, bailando con su amiga del alma, riéndose e intentando memorizar cada paso… y su madre llorando a moco tendido, como cada año, de tanta emoción.

Creo que lo voy a recordar siempre. Los nervios, la función pero, sobre todo, esa carrera hacia mi y ese abrazo final que no soy capaz de describir con palabras 😉

 

susana garcia mama

Creo que el año que viene les apuntaré a teatro o a algo para volver a tener función de Navidad… porque me niego a aceptar que se hacen mayores y a terminar una etapa tan bonita.

 

1 Comment

  • Que razón tiene y como me veo identificado.. Cuando mis niños no han salido aún y yo ya estoy a moco tendido avergonzado por lo que pensaran los padres que tengo al lado, algunos a los que ni conozco… Entonces mi mirada se encuentra con la de mi mujer, que esta peor que yo…y me reconcilio con el sentimiento. Además creo que las navidades tienen ese punto sensiblero que une el pasado y el presente, y tu blog nos lo acaba de describir perfectamente!!

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